¿EXISTE
LA CLASE POLÍTICA?
¿Existe
la clase política? Desde que el politólogo italiano Gianfranco
Pasquino hablara de casta política (para el caso da lo mismo hablar
de clase o de casta) para referirse a Berlusconi y toda una
generación de políticos corruptos, el término ha tenido un enorme
éxito también en España. Sin embargo el concepto no goza de la
aprobación de todos. Dentro de la izquierda hay quienes lo rechazan
porque la verdadera responsabilidad recae para ellos en empresarios y
financieros. ¿Políticos o banqueros? La clase política parece una
contradicción con la teoría marxista de lucha de clases.
Merece la pena, pues, revisar el concepto original de las clases
sociales, que Marx utilizó pero no inventó porque era anterior.
Para los primeros economistas lo que define una clase social es el
recurso productivo que se posee: los terratenientes tienen la tierra,
los capitalistas el capital y los trabajadores su fuerza de trabajo.
¿Y qué recurso pueden poseer los políticos que los defina como
clase social? El poder político, un recurso tan intangible y difícil
de definir como valioso y, por ello, muy real. Los políticos tienen
la capacidad de decidir en una enorme medida lo que se produce y cómo
se reparte. Se supone que en una democracia este “recurso” tan
especial se “vende” en un “mercado” electoral con reglas tan
singulares que me obliga a prodigarme con las comillas porque lo
habitual es referirse al sistema electoral como la contrapartida del
mercado y no como su igual.
Sin
embargo existe otro mercado político donde los políticos no se
compran con votos sino con maletines, regalos, favores, donaciones,
cargos y demás bienes o favores de muy diversa naturaleza. Dicho
mercado no está socialmente aceptado pero existe y tampoco es
enteramente ilegal, pues nuestras permisivas leyes sólo sancionan
las formas más evidentes de intercambio. Al político que recibe
recompensas que no sean monetarias se le supone la inocencia y al
donante se le supone también un ciudadano satisfecho con la
democracia que sólo busca demostrar su gratitud desinteresada.
Por
otra parte los favores políticos no son una mercancía tangible ni
divisible, de forma que en este mercado no existe la venta minorista
ni anónima. En el mercadillo político se requieren la discreción,
contactos y riquezas que sólo los lobbies e individuos ricos y
pudientes tienen. El efecto final es una sociedad menos equitativa y
que se parece a las utopías de los defensores del libre mercado como
un huevo a una castaña.
Respecto
a si la culpa recae sobre los políticos que participan en este
mercadillo o en los empresarios o financieros que compran sus
favores, tal discusión es tan estéril como la que mantenían los
economistas en el siglo XIX sobre si es la demanda o la oferta la que
determina los precios. Alfred Marshall la resolvió con su metáfora
de las tijeras: es como discutir sobre cuál de las hojas de la
tijera corta el papel. Una metáfora brillante y hasta atractiva
visualmente porque las curvas de la oferta y la demanda de los
manuales de economía parecen tijeras. La compra-venta de favores
políticos es cosa de dos partes y ambas partes son igualmente
culpables y complementarias como las hojas de la tijera.
¿Existe
la clase política? Por supuesto que existe, en la medida en que se
tolere el mercadeo político y no se quiera asumir el problema y
tomar medidas realmente efectivas que vayan más allá de los
reproches entre partidos. En la medida que existe ese mercadillo
político deja de existir la democracia y eso ocurre en la medida en
que los políticos lo consienten y nosotros, el pueblo, se lo
consentimos.