lunes, 15 de abril de 2013

La república milagrosa



LA REPÚBLICA MILAGROSA

Corren malos tiempos para la monarquía. O quizás no tanto como se dice, porque, francamente, no se me ocurre para qué otra cosa sirve hoy una monarquía sino para alimentar esa política ligera que levanta cotilleos y discusiones con una pasión directamente proporcional a su intrascendencia.
La monarquía me aburre y me resulta vacía de contenido. No nos une a los españoles ni nos garantiza otra cosa que el bienestar de la familiar real. No movería un dedo por mi rey (ya me resulta raro el llamarlo mío) y tampoco lo movería por quitarle porque no espero nada tampoco de ninguna república. No, no es mi propósito ejercer de abogado del diablo sino advertir de las expectativas demasiado ambiciosas, demasiado poco realistas, del republicanismo español.

No hay dos sin tres, rezaba un lema que quería meterle un gol a la lógica matemática, y después de la “segunda restauración borbónica” toca que llegue la tercera república. Pero el régimen que nació en 1931 fue, antes que la segunda república, la primera democracia española. Lo que hizo de la Segunda República una experiencia innovadora fueron las elecciones realmente democráticas, algo que podría haber sucedido durante la monarquía si Alfonso XIII no hubiera preferido los apaños parlamentarios y el caciquismo a la incertidumbre del voto universal y libre. Por contra, una tercera república llegaría dentro ya de un régimen electocrático.
Entonces, ¿qué podemos esperar de una República? ¿Una verdadera democracia? ¿Y eso qué significa? Se me puede argumentar que un régimen no puede ser realmente democrático si la jefatura de Estado es hereditaria pero ocurre que tal cargo es honorífico y los poderes de un verdadero jefe de Estado están en manos del presidente. La política del “jefe de Estado” se limita al protocolo y su voz es el discurso que otros le escriben, tan impersonal y anodino que en un futuro podría encargarse de ello una aplicación informática. En cambio el presidente del Banco Central (por poner uno de los muchos ejemplos que se me ocurren) tampoco ha sido elegido por los ciudadanos y su poder es mucho más real. Cuando el rey habla, al día siguiente se hacen los cotilleos políticos que corresponden porque hay que rellenar periódicos. Cuando el presidente del BCE habla, los mercados tiemblan y se analiza con la mayor seriedad cuanto hace y dice.
Repito, ¿qué podemos esperar de una República? No desde luego una regeneración completa, la ruptura soñada que marque un antes y un después. Una República no es más que la sustitución de un rey por un presidente. Una reforma modernizadora (los títulos nobiliarios están anticuados) pero sólo una más de las muchas que serían recomendables; y no de las más urgentes.
Se nos promete que la caída de la monarquía iría acompañada de una verdadera revolución pero si en algo coinciden republicanos y monárquicos es en olvidar que la corona sólo sostiene a la propia corona, que el día que la monarquía acabé la familia real perderá sus títulos y honores (que no su mucho más importante patrimonio) y punto. Nuestros caciques y banqueros saben muy bien cuidar de sí mismos y si llega el caso harán suya la república y su bandera. ¿O alguien espera que se inmolen por amor a la rojigualda y los Borbones?
Nuestros parientes del sur de Europa ya lo saben. Italianos, portugueses y griegos se han olvidado de lo bueno que es vivir bajo un régimen republicano. La Italia que legó Berlusconi es tanto o más corrupta, católica y facha que España y los descendientes de sus antiguos reyes viven como adinerados playboys para delicia de la prensa rosa de allí.

Aceptémoslo: el apasionamiento republicano (y también el antirrepublicano) sólo pueden ser explicados por causas históricas. El fantasma de la Segunda República camina entre nosotros, agitando su bandera tricolor hasta conseguir la merecida “revancha”. Cabe preguntar si no se puede defender la República como lo que es, una forma de Estado, sin necesidad de apelar a un episodio histórico tan triste. Los alemanes construyeron una nueva República aprendiendo de los errores de la República de Weimar y lo mismo deberíamos hacer los españoles en vez de tomar como modelo un episodio fallido.
No hay tampoco necesidad de crear símbolos nacionales nuevos. ¿Qué importa que la bandera rojigualda fuera elegida por un rey, inspirado en la bandera de la Corona de Aragón? Portugal luce el escudo real en su bandera y los sellos reales en sus monedas y no por ello es menos república. Hoy la bandera o el himno son símbolos que no pertenecen a los Borbones sino a todos los españoles, que deberíamos aspirar a algo más que cambiar el color de la barra inferior de nuestra bandera.